Por supuesto que no podía completar mi fugaz exploración del género del espionaje sin pasar por la obra de Ian Fleming y, gracias a la reciente producción cinematográfica se me facilitó comprar una copia de su primera novela de 1953, Casino Royale.
Para mí el primer actor que asocio con James Bond es Pierce Brosnan. No por una comparación de talentos sino simplemente porque era Bond cuando yo estaba en la escuela. Así que cuando Daniel Craig fue anunciado como el nuevo 007, me pareció la antítesis del personaje.
No obstante la película me sorprendió positivamente, y ahora que he leído la obra le tengo más aprecio aún, pues comprendo que el James Bond que conocí en el cine ya se había convertido en una parodia del personaje que Ian Fleming originalmente concibió. Todos los clichés que actualmente asociamos con este espía se han derivado de elementos válidos en la novela original, desde las mujeres, los casinos recurrentes, los autos fantásticos hasta el perenne vodka martini, que a través de los años fueron descuidadamente apiñados en una ecuación hollywoodense.
En Casino Royale, James Bond es un soldado, un consumado profesional que se enfrenta en sus páginas a su prueba de fuego. La película de Martin Campbell es asombrosamente fiel a la trama literaria, exceptuando algunas pocas actualizaciones al Siglo XXI y unas cuantas escenas añadidas para cumplir con el tiempo reglamentario de un largometraje.
Pero, al igual que en la mayoría de los casos, el libro es superior.
En Casino Royale, James Bond es un soldado, un consumado profesional que se enfrenta en sus páginas a su prueba de fuego. La película de Martin Campbell es asombrosamente fiel a la trama literaria, exceptuando algunas pocas actualizaciones al Siglo XXI y unas cuantas escenas añadidas para cumplir con el tiempo reglamentario de un largometraje.
Pero, al igual que en la mayoría de los casos, el libro es superior.
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