"Imagination is the one weapon in the war against reality."

Jules De Gaultier



martes, 26 de abril de 2011

El Puñal de la Parodia

“Do you like scary movies, Sydney?” Ghostface

Cuando abrí la cajeta de Amazon y vi la colección en su interior de la trilogía Scream fue como volver a saborear la crema que preparaba mi Abuela cuando era niño o visitar los pasillos de mi alma mater—el recuerdo me transportó inmediatamente a quince años atrás.

“¿Crees que violé a Rosa Jaén antes o después de haberla matado? ¿Alguna vez has pensado en hacerlo con un cadáver?”
“¿Qué se supone que va a lograr diciéndome eso?” Inquirió Flor. “¿Crees que te voy a coger miedo?”
“No por ese comentario. ¡Creo que me vas a coger miedo porque estoy dentro de tu casa y te voy a matar!”

No me acuerdo cuándo fue la última vez que vi la primera película de la serie, pero tampoco puedo hacer el cálculo de cuántas veces me senté a verla. Me reunía con mis amistades de la escuela y la volvíamos a ver aunque ya supiéramos cómo moría cada personaje y quién resultaba ser el asesino. Con mi primer salario compré el VHS de la película y la vi otra docena de veces. Suelo ser obsesivo con la ficción. Para mi sorpresa, todavía soy capaz de recitar la mayoría de los diálogos del film como si yo mismo los hubiera inventado.


Como antesala al retorno del equipo Craven/Williamson a la pantalla grande en Scream 4 (iré el cine con mi máscara de Ghostface, claro) encargué la trilogía y, cuando me senté a ver la primera de nuevo, durante hora y media volví a tener diecisiete años. A Scream le ha caído la edad: La música de los noventa, la ropa de los personajes, la referencia a Rikki Lake, las películas que mencionan… ¡Nadie accede a Internet, y poseer un celular es un lujo! Hasta la cinematografía se ve un poco anticuada. Pero la película no ha perdido el encanto que la hizo un éxito imprevisto en 1996. Scream es aquella antigua amante cuyo aroma siempre se acoplará mejor a tu almohada y cuya risa desplaza automáticamente en tu corazón a todas sus sucesoras.

Mientras veía a Neve Campbell medir fuerzas con Skeet Ulrich me pregunté: “¿Qué relación hay entre Scream y Mirada Siniestra?” Mi etapa de fascinación con el film tuvo lugar aproximadamente dos años antes de que me sentara a escribir Mirada Siniestra. De los meses que dediqué a desarrollar esa novela, el único pensamiento consciente que recuerdo sobre el tema era mi obstinación en que las víctimas no interactuaran telefónicamente con mi asesino—lo consideraba “demasiado Scream”. Acabé dando el brazo a torcer, no como homenaje sino porque era logísticamente necesario que Luz recibiera una llamada del psicópata para identificar positivamente la voz del perpetrador como masculina (Si todavía no has leído MS, descuida. Éste no es un spoiler).

Ninguno de los dos inventamos el concepto de jóvenes aterrorizados por un asesino, aunque Wes Craven indudablemente es uno de los maestros en este género cinematográfico (y una buena dosis de pánico aportó a mi niñez). Scream reinventó la fórmula linear del género de terror reemplazando a la criatura sobrenatural con un psicópata humano; Mirada Siniestra discurre sobre un ámbito más amplio dentro del thriller psicológico y la novela negra. Esto era predecible; MS fue un coctel de todo lo que me gustaba—de a vaina no metí un lightsaber en la trama. Hubo conceptos que no utilicé (decisión sensata), como un detective privado (en adición al Inspector Girón) que reconstruía varias generaciones de la historia familiar de mi antagonista hasta llegar a una abuela con (conveniente) Alzheimer’s.

Scream tiene que ser parte de los ingredientes, aunque no haya existido intención deliberada de mi parte. Por ejemplo, su guionista Kevin Williamson y yo partimos de la misma inspiración: Casos de asesinos seriales de la vida real. Pero más importante aún es que el mérito de la película yace no sólo en haber resucitado un género sino en haberle devuelto la dignidad, una hazaña que—irónicamente—logró al parodiar todos los clichés que provocaron la decadencia de la película de terror de los ochenta. Pero consiguió aún más: Sus protagonistas adolescentes no se ajustaban a la gastada fórmula de Aaron Spelling y compañía. Eran modernos, capaces, y sobre todo inteligentes. En otras palabras, Kevin Williamson no era condescendiente con su audiencia (Unos años después esto le traería éxito al concebir la serie Dawson’s Creek, que nació con el mismo respeto). Como icing en el cake, algunos de nosotros ya estábamos familiarizados con Neve Campbell en la serie Party of Five, así que era casi como si una buena amiga de repente fuera acosada por un demente homicida…

Hablando de parodiar, ¿quién se acuerda de los siguientes párrafos de Mirada Siniestra?


El corazón de Javier palpitó con tal estrépito que lo hizo acordarse del bajo desmedido de ciertas discotecas. Asustado hizo un giro de ciento ochenta grados y alumbró el aire a sus espaldas, porque tradicionalmente--en una película de terror o en cualquier novela de suspenso--ese era el momento más crucial, el momento en que la adrenalina de la audiencia fluía con mayor fuerza, porque todos sabían que la muerte le llegaría al personaje justo por donde menos se lo esperaba, generalmente por la espalda, y él no sería el único idiota ignorante de ese hecho que pagaría un alto precio por desconocerlo, no señor, ¿dónde estaba el asesino? El asesino se había desvanecido y se volvería a materializar en el lugar que él menos esperara.
Sus pensamientos se habían transformado en un corcel desbocado sobre el cual era incapaz de ejercer ningún tipo de control. Su mente estaba fabricando su propia interpretación de la técnica característica de Stephen King quien, cuando en sus novelas los personajes estaban a merced de una gran amenaza, los pensamientos más absurdos se manifestaban separados por paréntesis. Javier podía ver su propia página a medida que se elaboraba, el relato cortado a medias por un paréntesis donde él se preguntaba si había rayado el carro al estacionarlo porque de ser así su papá nunca se lo perdonaría. Continuó girando con la linterna, buscando aquel sitio justo fuera de su línea de visión desde el cual el asesino le saltaría cuando él se hubiese relajado, pero no lo hallaba, por más que trataba no lo hallaba y
La mano se aferró a su brazo derecho, y Javier dejó caer la linterna y giró interponiendo su brazo izquierdo para cubrirse de un machetazo o para empujar al asesino hacia atrás si era posible.

OK, caso cerrado. Gracias, Kevin y Wes, por alentarme a soñar. Y sobre todo, gracias por diseñar una escena que siempre me emocionará: El instante en que Billy Loomis cierra la puerta de la casa y anuncia (citando a Perkins en Psycho), “We all go a little mad sometimes!”

Mi profesor de guión se emociona por Rumble Fish; yo me emociono por Scream. A fin de cuentas, es el mismo síntoma: No importa cuál sea sino el momento de tu vida en que una historia pellizca tu imaginación, a partir del cual te resulta imposible dejar de soñar.

En mi caso, la ecuación es simple: Pop corn, metaficción y un asesino en serie. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?

“Are you alone in the house?!”
No, Sidney. Mi imaginación y yo siempre te acompañaremos…

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