"Imagination is the one weapon in the war against reality."

Jules De Gaultier



sábado, 10 de febrero de 2007

El Candidato Indiscreto: Episodio VIII

“Tu chantajista se está tornando profesional,” oigo la voz de Samuel detrás del periódico que oculta su rostro. En su escritorio descansa el CD que recibieron en el partido con las fotos de Lucero Coronado.

“¿Nada de huellas digitales?”

Samuel dobla el diario cuidadosamente y me mira. “Sólo las de tus cinco amigos,” responde. “Además, la idea del CD en lugar de fotos impresas también es síntoma de que se está organizando mejor. ¿Qué hay de la nota?”

“Ismael no me pudo ayudar porque sólo tenía tinta negra,” me encojo de hombros. “No hay forma de saber si se imprimieron con el mismo cabezal defectuoso. A lo mejor por esa precaución mandó las fotos en disco.” Tomo el CD pero vacilo en la puerta, y Samuel percibe enseguida que quiero intercambiar teorías con él.

“¿Qué se te ocurre?” Inquiere, y le relato todas las posibilidades: La aparición enigmática de Esteban Sucre y Gómez, el negocio ilícito de Virgilio y Leo, los secuaces de Mario Echevers. “Y piensas que quizás han descubierto la gallina de los huevos de oro y se están organizando.”

“No sé…” Dejo que la frase flote en el aire un rato antes de revelarle cómo Oliver les ocultó a sus socios el sobre alterno que llegó a su casa.

“A lo mejor ha optado por pagar por su cuenta,” propone Samuel. “Para los demás, es cuestión de negocios. Para él se trata de su reputación.”

“Puede ser,” asiento. “Y eso es lo que planeo averiguar.”

Consigo prestado el automóvil de Samuel para seguir a Oliver durante todo el día. La mayoría de su rutina es bastante predecible para un político viudo. Luego de participar en un programa de opinión en TV, visita el apartamento de su hija. Puedo deducir el tema de conversación por lo ofuscado que sale del edificio. Supongo que no tuvo mucho éxito reprochándole sus vicios.

Eventualmente el día da frutos. Coronado me guía hasta una residencia en Altos del Golf, en donde le permiten estacionar su carro convenientemente fuera de la vista de la calle. Un hombre lo recibe y lo invita a pasar. Gracias a mis binoculares lo identifico como el conductor del vehículo que llevó el sobre blanco. Desaparecen de mi vista y empiezo a considerar la idea de saltar el muro y acercarme más a la casa. El problema es que a plena luz del día tendría mucha suerte de no ser descubierta. La alternativa acaba siendo irrelevante, porque la figura de Oliver vuelve a ser visible a través de una de las ventanas del segundo piso, en lo que parece ser una sala de estar. Unos segundos después en la línea de visión de mis binoculares entra Mario Echevers, quien le entrega un vaso a Oliver y leo en sus labios la palabra ‘Salud.’

Del asiento trasero tomo uno de mis juguetes favoritos: Un láser que apuntado a ciertas superficies recoge todas las vibraciones y las transmite de vuelta a un receptor que las traduce a palabras. Hago los ajustes pertinentes y logro enfocarlo en la ventana, de la cual los dos oponentes han desaparecido. Sus voces llegan a mis oídos, un poco distorsionadas, pero aún claramente suyas. Pongo a grabar la conversación, que de momento se enfoca en charla casual. Algo me dice que los empresarios que financian la vida política de Oliver no están al tanto de sus reuniones secretas con su mayor adversario.

“¿Qué tal si vamos al grano, Mario?” Escucho la voz de Coronado. “Recibí tu invitación. Supongo que tienes algo importante que discutir.” Ergo, el sobre blanco que llegó a su casa lo citaba a este lugar.

“Algo lógico, en realidad;” replica Echevers. “Tú tienes el apoyo de un sector importante del pueblo. Pero no vas a llegar lejos sin un partido de verdad de tu lado. ¿Ves hacia dónde me dirijo?” Yo, por lo menos, estoy clara. Y la respuesta que Coronado dé puede cambiar el caso por completo. “¿Cuánto me va a costar que unamos fuerzas, Oliver?”

CONTINUARÁ...
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