“¡Mami!”
Mi nombre no es ‘mami’. Es Sabrina Saavedra. Soy una investigadora privada. Pero no puedo decirle eso al tipo que me acaba de dar una palmada en la nalga, porque estoy trabajando de incógnita en el club nocturno Babylonia. “Señor, no soy una de las bailarinas;” trato de sonar lo más amable posible. Él me responde con otro atrevimiento y yo cuento hasta cincuenta mientras me alejo. Logro reprimir el impulso de insertar su botella de Soberana por donde el sol no brilla. Una ronda de aplausos me hace pensar que están reconociendo el gran esfuerzo que he hecho, pero sólo se trata de una de las chicas que ha terminado su set.
“Piensa en el caso, Sabrina;” me digo a mí misma al llegar a la barra con mi bandeja a llenar otro pedido. ¿Han oído de Oliver Coronado? A estas alturas todos conocemos su nombre, después de los sorprendentes resultados que obtuvo en las últimas elecciones. Un grupo de empresarios está convencido de que Coronado será el próximo Presidente, y no están contentos con que alguien esté aprovechándose de sus indiscreciones para frenar su carrera política, por lo que me han encomendado identificar al responsable. Llevo a una semana trabajando como mesera en Babylonia y hasta ahora no he tenido mucho éxito. “Media de Seco,” le digo al cantinero. Una de las strippers que está sentada en la barra me mira de reojo. “Noche difícil, ¿no?” Trato de ser amigable. Ella sólo me contesta con un gesto indescifrable y sigue cazando clientes con la vista. Me he acostumbrado a la reacción. Aquí si no te quitas la ropa en el escenario, no esperes una cálida acogida. No sé si ellas ven a las meseras como inferiores, o si sienten envidia de que podamos ganar dinero vestidas.
Entrego el Seco Herrerano y su mezclador a un grupo de asiáticos y de inmediato me volteo hacia la mano de otro cliente que desea hacer un pedido—y quedo petrificada por unos segundos. Reconozco al hombre que me está llamando. Su nombre es Gómez, pero en la calle lo apodaban Serrucho. Era un chantajista de poca monta que acabó en prisión luego del Caso de las Cuatro Fincas. Pero eso no es lo peor. Gómez también me reconoce.
Houston, tenemos un problema. Me doy la vuelta—Lo que sin duda confirma las sospechas del Serrucho—y camino en dirección contraria, al otro lado del bar, buscando tiempo para idear algo útil. No puedo permitir que él arruine mi cubierta a estas alturas. Antes de que se me ocurra algo, sin embargo, soy interceptada inoportunamente por Virgilio, el propietario de Babylonia.
“Sabrina, ¿cuál es la prisa?” Él siempre se las ingenia para que su sonrisa sea desagradable.
“Muchos clientes hoy,” trato de zafarme.
“Casualmente quería hablarte de—”
“Tengo que ir al baño,” lo dejo con la palabra en la boca consciente de que no recibiré el Oscar. Necesito espacio para pensar. Tomo el pasillo de los baños hacia los estacionamientos, y en el camino me cruzo con un sujeto de orejas llamativas, párpados caídos y mirada inquisitiva. Un cigarrillo cuelga precariamente de sus labios. Lo he visto antes, y por algún motivo me enerva. Intercambiamos una fugaz mirada antes de que él entre al baño de varones. El brazo de la puerta retrasa el cierre lo suficiente como para verlo entablar una conversación con alguien que lo esperaba adentro.
Cruzo la puerta al parking y noto enseguida lo fría que está la madrugada. Necesito una solución rápida. Al Serrucho le gustaba el dinero. Lo más práctico es ofrecerle una buena cantidad para que guarde silencio. Saldrá de los gastos del caso. La pregunta es si tendré tiempo de abordarlo antes de que diga algo indiscreto.
“¡Sabrina!”
Doy la vuelta y veo a Gómez avanzar hacia mí con la mano derecha dentro del bolsillo, y de inmediato sé que el tiempo se me ha acabado.
Mi nombre no es ‘mami’. Es Sabrina Saavedra. Soy una investigadora privada. Pero no puedo decirle eso al tipo que me acaba de dar una palmada en la nalga, porque estoy trabajando de incógnita en el club nocturno Babylonia. “Señor, no soy una de las bailarinas;” trato de sonar lo más amable posible. Él me responde con otro atrevimiento y yo cuento hasta cincuenta mientras me alejo. Logro reprimir el impulso de insertar su botella de Soberana por donde el sol no brilla. Una ronda de aplausos me hace pensar que están reconociendo el gran esfuerzo que he hecho, pero sólo se trata de una de las chicas que ha terminado su set.
“Piensa en el caso, Sabrina;” me digo a mí misma al llegar a la barra con mi bandeja a llenar otro pedido. ¿Han oído de Oliver Coronado? A estas alturas todos conocemos su nombre, después de los sorprendentes resultados que obtuvo en las últimas elecciones. Un grupo de empresarios está convencido de que Coronado será el próximo Presidente, y no están contentos con que alguien esté aprovechándose de sus indiscreciones para frenar su carrera política, por lo que me han encomendado identificar al responsable. Llevo a una semana trabajando como mesera en Babylonia y hasta ahora no he tenido mucho éxito. “Media de Seco,” le digo al cantinero. Una de las strippers que está sentada en la barra me mira de reojo. “Noche difícil, ¿no?” Trato de ser amigable. Ella sólo me contesta con un gesto indescifrable y sigue cazando clientes con la vista. Me he acostumbrado a la reacción. Aquí si no te quitas la ropa en el escenario, no esperes una cálida acogida. No sé si ellas ven a las meseras como inferiores, o si sienten envidia de que podamos ganar dinero vestidas.
Entrego el Seco Herrerano y su mezclador a un grupo de asiáticos y de inmediato me volteo hacia la mano de otro cliente que desea hacer un pedido—y quedo petrificada por unos segundos. Reconozco al hombre que me está llamando. Su nombre es Gómez, pero en la calle lo apodaban Serrucho. Era un chantajista de poca monta que acabó en prisión luego del Caso de las Cuatro Fincas. Pero eso no es lo peor. Gómez también me reconoce.
Houston, tenemos un problema. Me doy la vuelta—Lo que sin duda confirma las sospechas del Serrucho—y camino en dirección contraria, al otro lado del bar, buscando tiempo para idear algo útil. No puedo permitir que él arruine mi cubierta a estas alturas. Antes de que se me ocurra algo, sin embargo, soy interceptada inoportunamente por Virgilio, el propietario de Babylonia.
“Sabrina, ¿cuál es la prisa?” Él siempre se las ingenia para que su sonrisa sea desagradable.
“Muchos clientes hoy,” trato de zafarme.
“Casualmente quería hablarte de—”
“Tengo que ir al baño,” lo dejo con la palabra en la boca consciente de que no recibiré el Oscar. Necesito espacio para pensar. Tomo el pasillo de los baños hacia los estacionamientos, y en el camino me cruzo con un sujeto de orejas llamativas, párpados caídos y mirada inquisitiva. Un cigarrillo cuelga precariamente de sus labios. Lo he visto antes, y por algún motivo me enerva. Intercambiamos una fugaz mirada antes de que él entre al baño de varones. El brazo de la puerta retrasa el cierre lo suficiente como para verlo entablar una conversación con alguien que lo esperaba adentro.
Cruzo la puerta al parking y noto enseguida lo fría que está la madrugada. Necesito una solución rápida. Al Serrucho le gustaba el dinero. Lo más práctico es ofrecerle una buena cantidad para que guarde silencio. Saldrá de los gastos del caso. La pregunta es si tendré tiempo de abordarlo antes de que diga algo indiscreto.
“¡Sabrina!”
Doy la vuelta y veo a Gómez avanzar hacia mí con la mano derecha dentro del bolsillo, y de inmediato sé que el tiempo se me ha acabado.
CONTINUARÁ...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario