Admiro a Ismael. Lo conocí hace casi dos años, cuando nos contrató para resolver un caso de fraude laboral en su imprenta. No lo había vuelto a ver hasta hoy. Las fotografías del chantajista fueron tiradas a colores en papel Bond de veinte libras, aparentemente en una impresora común y corriente. Fueron tomadas con una cámara digital de buena resolución, calculo que de mínimo cinco mega píxeles. Se las traje a Ismael para ver si su ojo educado encontraba alguna pista que escapara al mío. Él no tuvo problema con firmar un acuerdo de confidencialidad antes de verlas. Ahora, mientras él estudia las hojas con una lupa y una concentración absoluta, me siento profundamente agradecida por mi trabajo. Admiro a Ismael porque si yo tuviera una profesión tan monótona como la suya, enterraría tachuelas en las yemas de mis dedos con tal de huir del aburrimiento.
“Hmm,” Ismael inclina la cabeza pensativamente. No puedo esperar y pregunto. “Bueno… Verás, Sabrina, todas las impresiones se hacen con cuatro colores básicos: Negro, amarillo, cyan y magenta.” Deja la lupa a un lado y me mira. “Mezclándolos en proporciones precisas se obtiene cualquier otro color imaginable. Ahora, si te fijas en estas hojas—” Su dedo índice dibuja círculos en el aire sobre cada imagen. “—todas están ligeramente amarillentas. ¿Lo ves?” Asiento. Lo había notado antes, pero creí que era defecto de la foto en sí. “Esto me hace suponer que la cabeza con las que fueron impresas está defectuosa, y está aportando un poco menos de magenta de lo apropiado.” Entrelaza sus dedos mientras concluye, “Pero no hay forma de saberlo con certeza a menos que contemos con la cabeza para comparar impresiones.”
“Ismael, eres un genio;” lo halago. También es prácticamente inútil, a fin de cuentas. Su contribución no ayuda a estrechar el margen de sospechosos. Pero al menos servirá como un elemento de control entre los que ya tengo.
Me tomo la tarde para liberar mi frustración por la noche anterior en el gimnasio al que frecuento. Los ejercicios no resultan del todo efectivos. Mientras pedaleo en la bicicleta estática, repaso mis sospechosos. En la mañana investigué a los dos mensajeros que pasaron por casa de Oliver, y confirmé que ambos son miembros del partido de Echevers. Por otro lado, si Virgilio tiene un negocio suplementario montado con el tal Leo, ¿qué tan improbable es que también se dediquen al chantaje? Pero sería por lucro, y a ellos en nada les beneficia excluir a Coronado de la política. ¿A menos que estén actuando como intermediarios?
“¿Sabrina?” Jaime se acerca a saludarme. Él también asiste constantemente al gimnasio y, más importante, es mi tipo. “¿Cómo estás? Hace varios días que no te veía.”
“El trabajo me ha tenido un poco ocupada,” le explico. Él labora en un banco. Yo he omitido mencionar mi profesión. Paro de pedalear y me seco con mi toalla de mano. El top ajustado y mis pantalones de lycra deberían facilitar mi cometido. Lo peculiar es que no surten el efecto buscado. Yo le atraigo a Jaime. Me he dado cuenta cómo me mira a veces cuando piensa que yo no me fijo. Y sé que las últimas veces que se me ha acercado a entablar conversación, lo ha hecho con el objetivo de invitarme a salir. Pero nunca se decide a hacerlo, a pesar de que yo he correspondido con el flirteo apropiado. Ésta conversación concluye igual que las anteriores. Después de hacer charla casual, Jaime se despide y reanuda su rutina de ejercicios, y yo me quedo con un signo de interrogación colgando sobre mi cráneo. Sólo algo se me ocurre: Hace un par de semanas Jaime estaba presente cuando me sobrepasé en mi entrenamiento y accidentalmente derribe el saco de arena con una patada. Desde aquel día él ha estado estancado. ¿Será que lo intimido? El ego de los hombres es una de las cosas más absurdas y frágiles de este planeta…
El timbre de mi celular aleja mi inexistente vida sentimental. Es el número del Partido Innominado. Bebo un trago de mi botella de agua y respondo, “Saavedra.”
“Sabrina, habla Guillermo;” la voz que se identifica suena consternada. Recuerdo el sobre blanco que entregaron en casa de Oliver. “Tenemos que reunirnos. De inmediato. Nuestro problema acaba de adquirir una dimensión aún más seria.”
“Hmm,” Ismael inclina la cabeza pensativamente. No puedo esperar y pregunto. “Bueno… Verás, Sabrina, todas las impresiones se hacen con cuatro colores básicos: Negro, amarillo, cyan y magenta.” Deja la lupa a un lado y me mira. “Mezclándolos en proporciones precisas se obtiene cualquier otro color imaginable. Ahora, si te fijas en estas hojas—” Su dedo índice dibuja círculos en el aire sobre cada imagen. “—todas están ligeramente amarillentas. ¿Lo ves?” Asiento. Lo había notado antes, pero creí que era defecto de la foto en sí. “Esto me hace suponer que la cabeza con las que fueron impresas está defectuosa, y está aportando un poco menos de magenta de lo apropiado.” Entrelaza sus dedos mientras concluye, “Pero no hay forma de saberlo con certeza a menos que contemos con la cabeza para comparar impresiones.”
“Ismael, eres un genio;” lo halago. También es prácticamente inútil, a fin de cuentas. Su contribución no ayuda a estrechar el margen de sospechosos. Pero al menos servirá como un elemento de control entre los que ya tengo.
Me tomo la tarde para liberar mi frustración por la noche anterior en el gimnasio al que frecuento. Los ejercicios no resultan del todo efectivos. Mientras pedaleo en la bicicleta estática, repaso mis sospechosos. En la mañana investigué a los dos mensajeros que pasaron por casa de Oliver, y confirmé que ambos son miembros del partido de Echevers. Por otro lado, si Virgilio tiene un negocio suplementario montado con el tal Leo, ¿qué tan improbable es que también se dediquen al chantaje? Pero sería por lucro, y a ellos en nada les beneficia excluir a Coronado de la política. ¿A menos que estén actuando como intermediarios?
“¿Sabrina?” Jaime se acerca a saludarme. Él también asiste constantemente al gimnasio y, más importante, es mi tipo. “¿Cómo estás? Hace varios días que no te veía.”
“El trabajo me ha tenido un poco ocupada,” le explico. Él labora en un banco. Yo he omitido mencionar mi profesión. Paro de pedalear y me seco con mi toalla de mano. El top ajustado y mis pantalones de lycra deberían facilitar mi cometido. Lo peculiar es que no surten el efecto buscado. Yo le atraigo a Jaime. Me he dado cuenta cómo me mira a veces cuando piensa que yo no me fijo. Y sé que las últimas veces que se me ha acercado a entablar conversación, lo ha hecho con el objetivo de invitarme a salir. Pero nunca se decide a hacerlo, a pesar de que yo he correspondido con el flirteo apropiado. Ésta conversación concluye igual que las anteriores. Después de hacer charla casual, Jaime se despide y reanuda su rutina de ejercicios, y yo me quedo con un signo de interrogación colgando sobre mi cráneo. Sólo algo se me ocurre: Hace un par de semanas Jaime estaba presente cuando me sobrepasé en mi entrenamiento y accidentalmente derribe el saco de arena con una patada. Desde aquel día él ha estado estancado. ¿Será que lo intimido? El ego de los hombres es una de las cosas más absurdas y frágiles de este planeta…
El timbre de mi celular aleja mi inexistente vida sentimental. Es el número del Partido Innominado. Bebo un trago de mi botella de agua y respondo, “Saavedra.”
“Sabrina, habla Guillermo;” la voz que se identifica suena consternada. Recuerdo el sobre blanco que entregaron en casa de Oliver. “Tenemos que reunirnos. De inmediato. Nuestro problema acaba de adquirir una dimensión aún más seria.”
CONTINUARÁ...
EPISODIOS ANTERIORES
Episodio I: http://rfjplanet.blogspot.com/2006/10/el-candidato-indiscreto-episodio-i.html
Episodio II: http://rfjplanet.blogspot.com/2006/10/el-candidato-indiscreto-episodio-ii.html
Episodio III: http://rfjplanet.blogspot.com/2006/11/el-candidato-indiscreto-episodio-iii.html
Episodio IV: http://rfjplanet.blogspot.com/2006/12/el-candidato-indiscreto-episodio-iv.html
Episodio V: http://rfjplanet.blogspot.com/2007/01/el-candidato-indiscreto-episodio-v.html
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