
En la década que ha transcurrido desde la publicación de Mirada Siniestra de vez en cuando me
tropiezo con un debate lateral acerca de mi empecinado uso de las “comillas”
para distinguir los diálogos de los personajes, que son prominentes en mi
técnica narrativa. Incluso recuerdo que
cuando aquella novela llegó de imprenta, justo antes de que estuviera
disponible al público, me sentí cohibido frente al primer cuestionamiento sobre
esta práctica. En castellano la
formalidad es utilizar —guiones— cuando los personajes hablan, las comillas se
emplean cuando escribes en inglés. Y la
diferencia no sólo radica en el símbolo; su ubicación entre los diálogos
también varía entre los dos idiomas.
La verdad es que yo siempre he estado consciente de esta
distinción y mi inclinación hacia las comillas es plenamente deliberada. Llevo más de la mitad de mi vida leyendo
ficción en ambos idiomas. Es más, cuando
conocí al Profesor Ricardo Ríos al comienzo de mi etapa universitaria él me
alentó a leer más en español, pues en aquel entonces casi todas las obras que
me interesaban eran en inglés y eso estaba teniendo repercusiones adversas
cuando redactaba en mi lengua materna.
Desde entonces he procurado alternar libros en ambos idiomas para
mantener el balance. Siempre que puedo
evito leer la traducción de una obra (lo que no me fue posible con Millenium, por ejemplo).
Pero lo que no puedo sustentar con argumentos válidos es
por qué prefiero las comillas. Cuando
gateaba literariamente usé los guiones pues fue lo primero que conocí en los
libros. Pero en algún momento de mi
adolescencia decidí transfugarme al partido de las comillas y hasta el sol de
hoy no me he retractado de esa decisión.
Pero, ¿por qué esa lealtad tan arbitraria?
Honestamente, porque siento que las comillas son más cool.
Eso es todo.
No tengo argumentos de peso para defender su validez por
encima de los guiones ni puedo listar beneficios estructurales adicionales que
ellas ofrezcan. Mi instinto me dice que
comillas para diálogos (e itálicas para pensamientos) debería ser el orden
natural de las cosas. Y no tengo la más
remota idea de por qué.
Esta afirmación merece un breve análisis. Nuestras preferencias son irreversiblemente
definidas por la ficción que consumimos en fases tempranas de nuestras
vidas. Para mí A Good Day to Die Hard jamás será tan emocionante como la primera Die Hard simplemente porque ésta la vi
cuando tenía nueve años y la primera a los treinta y tres. Greg Rucka creó su impactante serie Queen & Country en homenaje al
programa británico The Sandbaggers
que veía cuando salía de la escuela. Por
mucho que me guste Dexter jamás le tendré la misma reverencia que a Hannibal
Lecter. En mi mente persiste la frase “Chyna Shepherd, untouched and alive”
aunque sólo leí Intensity de Dean
Koontz una vez cuando estaba en secundaria.
Pierce Brosnan no fue mejor James Bond que Sean Connery pero lo
identifico más con el personaje porque fue el primero que vi en el cine. Fringe
cuenta con una estructura inmensamente más admirable que The X-Files pero los lustros que separan estas series impiden que
me identifique más con Peter Bishop que con Fox Mulder. Podría escribir un ensayo larguísimo sobre
este fenómeno, pero la conclusión es sencilla: Esta interminable hilera de
dominós de inspiración garantizan que cada generación produzca mejor ficción
que la previa. Por eso once años después
The Dark Knight eclipsó las
aberraciones de Batman & Robin.
Lo anterior me hace sospechar que refugiado en mi
subconsciente se encuentra alguna novela que leí a temprana edad, en inglés, y
cuyo contenido me impactó tanto que generó en mí la persistente convicción de
que no hay nada más cool que las
comillas en lo que a diálogos se refiere.
Durante los últimos meses he estado puliendo un proyecto
que ya tenía bastante avanzado (llamémoslo AGR
por ahora) y por ciertas circunstancias decidí ceñirme a los formalismos del
lenguaje y utilizar los guiones. En gran
parte esto consistía en la tediosa pero simple tarea de reemplazar las comillas
con guiones.
Sin
embargo, la obra requería de aproximadamente cuarenta páginas nuevas, y me
propuse escribirlas directamente con los controversiales guiones. Sonaba sencillo, pero resultó una
pesadilla. La redacción era lenta y
tortuosa, las ideas no fluían desde mi imaginación al monitor lo
suficientemente rápido y lo peor de todo era que los diálogos me salían torpes
y acartonados. Después de un puñado de
días intentándolo tiré la toalla y escribí el resto con comillas. El alivio fue inmenso… ¡El mundo había
recuperado su sentido! (Tras concluir,
revisé esas páginas e hice la sustitución por guiones.)
Simplemente
no estoy cableado para los guiones, así que aquí va: Mi nombre es Paco y soy un
comilla-hólico empedernido. Que me
crucifiquen los críticos. Pero esto es
un ejemplo de que, por mucho trabajo intelectual que implique la elaboración de
una novela, hay que reconocer que simultáneamente existen muchos procesos
inconscientes que infectan sus páginas.
Los
años han transcurrido y, aunque a veces la cuestión asoma, han sido muy pocas
las veces en que mi preferencia ha sido cuestionada. Una editorial que evaluó el borrador de mi
nueva novela, IT, incluyó en su
informe escrito lo siguiente: El problema
con los guiones, es que cuando un personaje “habla” y requiere hacer mención de
un documento, se va a equivocar con las dobles comillas; tocaría hacer uso de
las “comillas españolas”. El exceso de
comillas puede llegar a cansar al lector. En lo personal creo que esto es subestimar a la
audiencia. El Profesor Ríos favorece la
idea de no utilizar símbolos para distinguir los diálogos, al estilo de
Saramago, pero mi arrogancia no alcanza para compararme con semejante autor.
¿Qué opinan ustedes? ¿Les perturban mis comillas? ¿Siquiera les importa qué símbolo se
utiliza? Me encantaría conocer sus
opiniones.
A fin de cuentas, mientras
que en su imaginación las letras desaparezcan y empiecen a oír las voces de los
personajes, me declaro plenamente satisfecho…
1 comentario:
La ventaja de los guiones para los dialogos, es que permite reservar las comillas para poner información sugerente, como por ejemplo: los políticos son "honrados", "honrados" está entre comillas para dar a entender lo contrario. La ventaja de las comillas para los dialogos, es que permite poner información adicional entre guiones, cosa que en el caso de usarse guiones en los dialogos, se tendría que recurrir a los parentesis.
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