Un Anzuelo
"Empecé a repasar lo poco que sabía del
sicariato, un mal endémico de la humanidad desde tiempos inmemoriales."
Gavyn Gray
22 de Enero de 2000, 17:01 BST
Cuartel de MI6 en Vauxhall Cross |
Mientras la paranoia sobre el
"Y2K" distraía a la mayoría de mis compatriotas, el año pasado me
topé con una amenaza digna del nuevo Siglo XXI.
¿O será una leyenda urbana?
Permanece fresca en nuestras mentes
la tragedia que se suscitó en Ankara el año pasado, cuando el Primer Ministro
de Turquía fue brutalmente asesinado en la noche de su cumpleaños. Estas líneas
no bastan para encapsular el escándalo internacional que se desató en los días
subsiguientes. Mi atención, sin embargo, fue atraída por las circunstancias
extraordinarias de su muerte: Un proyectil solitario entró por su ventana justo
cuando se aprestaba a dormir y segó su vida. Discutí el caso con un viejo amigo
del SAS y tras plantearle los elementos me advirtió que el magnicidio tenía que
ser obra de un profesional al nivel del venerado servicio del cual él es
miembro.
Tras dos semanas de investigación
intensiva descubrí un incidente aparentemente aislado que incitó a mi
imaginación. Aquella noche fatídica dos guardias fueron asesinados en la
frontera de Turquía con Armenia por balas identificadas como provenientes de
una Uzi. ¿Se trataría del mismo asesino? La lógica insinuaba que el magnicida
procuraría abandonar el país inmediatamente.
El problema es que no tenía más
pistas con las cuales hilvanar una historia, pero la cuestión se quedó dando
vueltas en mi cabeza y recobró prominencia cuatro meses después debido a la
noticia del escandaloso asesinato de Giacomo Magliocco en Sicilia. Para los
lectores que no reconocen el nombre, el desaparecido siciliano se reputaba como
el capo di tutti capi del crimen
organizado italiano que durante medio siglo fue infructuosamente investigado
por las autoridades locales. Don Magliocco falleció cuando su residencia fue
devastada por una explosión provocada por explosivo C-4.
Sangrientas luchas de poder no
son inusuales entre los gánsteres de la Mafia, así que no tenía otro motivo
para vincular este asunto con la tragedia en Turquía más que la teatralidad de
su ejecución, que sonaba más a una novela de Ian Fleming que a un titular
periodístico. Empecé a repasar lo poco que sabía del sicariato, un mal endémico
de la humanidad desde tiempos inmemoriales.
¿Sería esto obra de un mismo hitman
y, en caso positivo, podría yo exponerlo?
Pasé varios días analizando el
desafío hasta desarrollar una táctica probable. Por confidencialidad de mis
fuentes no puedo revelar los detalles, pero cobré varios favores entre mis
contactos para correr el rumor como un anzuelo tentativo en los sectores
apropiados de que me interesaba contratar al hombre responsable de estos dos
golpes. En retrospectiva suena absurdo, ¿no? ¿Cómo podría costearlo con un
salario de reportero?
Los resultados fueron igual de
ridículos. Semanas después las respuestas que regresaron a mí fueron negativas
y burlonas: "Debes dejar de ver repeticiones de The Sandbaggers", "mejor abandona la prensa y métete a
guionista", y réplicas similares. La conclusión era la misma: Semejante
hombre no existía. En mi cumpleaños encontré sobre mi pupitre una cabeza de
caballo de mentira, aludiendo jocosamente a mi búsqueda del asesino de la
Mafia. ¡Hasta mi editor se burló y me ordenó no desperdiciar más tiempo en la
historia!
Ya me había dado por vencido
cuando una noche mientras compartía unas copas con una amiga en el pub The Gun cerca de Canary Wharf mi
perspectiva cambió dramáticamente. Estaba haciendo espacio en mi vejiga para la
siguiente ronda cuando de repente un hombre alto de cabello castaño y anteojos
entró al baño, caminó directamente hacia mí y me dijo: "Debes suspender
las preguntas sobre El Dingo."
Me tomó unos instantes comprender
que este individuo, que se identificó sólo con el nombre "Greg",
usaba ese apodo para referirse al hitman
que a mí me intrigaba. Habría descartado la fantástica historia que me reveló
si no hubiera demostrado sus bona fides
al enseñarme su identificación como oficial de MI5.
Según Greg, El Dingo es el
responsable de los dos homicidios ya mencionados y—más sorprendente aún—es un
compatriota nuestro. Supuestamente es un destacado ex-agente de MI6 que se
corrompió y decidió cambiarse a la profesión de sicario profesional. Greg me
buscó ese día pues se había enterado de mis investigaciones y, dado que era un
asunto de seguridad nacional para el gobierno de Su Majestad, era imperativo
que las suspendiera para no entorpecer las labores del servicio de inteligencia
por capturar a El Dingo.
Thames House, cuartel de MI5 |
A la fecha no he logrado obtener
verificación independiente de esta historia. Mis intentos de conseguir la
versión de Vauxhall Cross no han encontrado más que negativas, rechazos e
indiferencia. En Thames House no he podido confirmar la existencia del tal
Greg. De hecho, requerí todas mis habilidades persuasivas para convencer a mi
editor de publicar este artículo.
Antes de salir del baño le
comenté a Greg que si él se había enterado de mi investigación, probablemente
El Dingo también estaría al tanto. "Probablemente," confirmó.
Pregunté entonces si mi vida corría peligro, pero él me prometió que me
mantendrían bajo vigilancia y si El Dingo intentaba algo en mi contra lo
apresarían oportunamente. No nos dijimos más nada, pero pasé la noche en vela
evaluando la precisión con la cual el Primer Ministro turco fue asesinado.
Ignoro si Greg era realmente un
emisario de MI5 y yo me he vuelto un anzuelo dentro de un duelo de titanes, o
si era un actor contratado por un colega para jugarme una broma de mal gusto.
Pero estás leyendo estas líneas porque si realmente existe El Dingo espero que
este artículo lo desaliente de acercarse a mí.
Quizás esta anécdota suene a
ficción, pero los dos asesinatos del año pasado son una realidad indiscutible y
el contexto de cada uno da fe de la existencia de un submundo mucho más
complicado y siniestro que aquel en el cual nos desempeñamos a diario. Yo sólo
recuerdo la reacción de mi amigo del SAS cuando le describí lo sucedido en
Ankara, y anhelo a que las sombras de semejantes sujetos jamás se extiendan
hasta mis noches de insomnio.
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