En los cursos anuales de cine de Alexandra Schjelderup (Muy extrañados, por cierto) me apropié de la frase “trama perversa”, y hace casi dos años durante su inolvidable diplomado para guionistas descubrí que ella a su vez la había heredado del cineasta cubano Manolo Rodríguez. Estas dos palabras no ilustran asesinatos brutales como aquellos que desalientan a las chicas a salir de noche con el escritor de Mirada Siniestra sino al tema de la obra, aquello que por debajo de la historia el autor procura ilustrar con su relato. No sólo los eventos sino las metáforas pueden dirigirse a inyectar sigilosamente el contenido de la trama perversa en el subconsciente del lector, y es uno de los factores claves para que nos volvamos fanáticos de una ficción. En Veritas Liberabit, por ejemplo, la trama perversa es el impacto psico-emocional de las relaciones de Sabrina con los hombres de su vida.
Gran parte de lo que va del 2013 la he dedicado a
destilar una colección de cuentos que he producido intermitente durante los
últimos doce años. El más antiguo data
del 2001; recuerdo a mi querida amiga Yamileth Zachrisson improvisando una
lectura dramatizada de uno de esos cuentos en la oficina del Círculo de Lectura
de la USMA en aquella época en que no valorábamos debidamente esos períodos de
ocio intelectual que ahora tanto extrañamos.
Esta colección de cuentos ya ha estado “terminada” en años previos…
Durante un rato se tituló Cicuta para el
Alma, luego evolucionó y cambió su nombre a In Media Res, hoy en día su portada lee… De momento llamémosle
simplemente AGR. Como imaginarán, este libro se ha
transformado a la par de mis vivencias.
Por ejemplo, hay un cuento que escribí el día en que cumplí veinticinco
años, transmitiendo lo que sentía al alcanzar ese supuesto hito. En el camino algunos cuentos han sucumbido al
escalpelo del Cirujano, otros han sido exiliados al Cementerio de Conceptos y
otros han surfeado con garbo el tsunami de la adultez. Ningún otro de mis proyectos tiene un futuro
tan incierto como esta colección (aún no se ha ganado la denominación de
“antología”), pero la admiro pues emulando a Wolverine constantemente sana sus
heridas, despliega sus garras y arma un blitzkrieg
para defender su derecho a una vida que no comprende.
En nuestros arrumacos post-coito observo a AGR mientras duerme y me sorprende con una nueva revelación. Con tantos cuentos esparcidos a lo largo de un tercio de mi vida veo en sus facciones a todos los hombres que he sido y he dejado de ser. Sin embargo, en sus páginas encuentro una consistencia temática que me roba el aliento. ¿Están los escritores de mis vidas pasadas atrapándome en las redes de su resonancia? Sus tramas perversas gozan de tal familiaridad como si hubiera escrito todo el libro durante la última semana.
Para muestra un botón (como dicen, aunque no sé cuál
botón): La desesperación de Bukowski ante la lobotomía laboral diaria… El
materialismo femenino y las neurosis asfixiantes que una educación automatizada
ha inculcado a las mujeres que amamos… La flagrante charlatanería religiosa… El
nuevo régimen mundial instaurado por el terrorismo… La corrupción como un
estilo alternativo de vida válido… La deshumanización promovida por las redes
“sociales”… La adicción autodestructiva que produce la esperanza… La fugacidad
y la inmediación del amor genuino… El peligro implícito en la aventura de soñar…
Las tramas perversas que he mencionado corresponden a cuentos separados por
años, pero a todas las reconozco como fantasmas que me acompañan diariamente,
temas que a la fecha me inquietan.
A lo mejor mi egocentrismo patológico me impide ver que
no he cambiado tanto como creo, ¿quién sabe?
Pero este ejercicio me ha hecho recordar las palabras de otra querida
amiga, Alinna Grajales (quien escribía muy bien en la universidad y seguro lo
sigue haciendo clandestinamente), que apenas leyó Mirada Siniestra me comentó que publicar un libro implica exhibir
mucho de ti mismo. En aquel entonces no
capté su mensaje. Jamás he tenido
interés en escribir autobiográficamente.
Yo soy aburrido: Todavía no he capturado a un asesino en serie ni he
frustrado una conspiración internacional, y soy muy sedentario como para volar
a la inversa de la órbita terráquea lo suficientemente rápido como para
revertir la historia.
Pero ahí estoy yo en las páginas de AGR, desnudo bajo la manta esperándote en el otro lado de la cama. No son mis anécdotas, no son mis vivencias, no son mis lecciones. Pero son los temas que me interesan, las tramas perversas que escudan mi mente de la zombificante cotidianidad.
Ahora me preguntas: ¿A qué se debe toda esta diatriba? Sencillo. Quiero anunciarte a ti, escritor incipiente, que tienes todas las de ganar. A lo largo de tu carrera escucharás que todas las historias posibles ya están contadas. Y es cierto. Los griegos. Shakespeare. Cervantes. Yadda yadda yadda. ¿Por qué no mejor inventas un videojuego?
Por el mismo motivo que lectores que nunca han escuchado a Héroes del Silencio (¡Ouch!) se apasionan por Mirada Siniestra. Tu alma está en cada página. Tranquilo, tu privacidad seguirá intacta y tus errores no estarán en el bufet. Pero el único motivo por el cual las novelas siguen siendo consumidas en la era de YouTube es que, sin importar el género que favorezcas, tu relato es único porque tu prosa llega a la página a través del prisma con el cual ves la vida, y eso es singular e inimitable.
Piénsalo un rato. Eres más poderoso que Wolverine.
Entonces, déjame solo con mis digresiones y ve a seducir a tu trama perversa.
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